Empezó como una cortesía. El instituto que me hallaba visitando enviaba un grupo de investigación a la Antártida, y antes de la partida querían despedirlo con una cena en el aeropuerto de la pequeña ciudad. Todos los miembros del instituto pensaban asistir y, como visitante y colega, me invitaban a participar.
- Si, si, claro que voy, por supuesto.
Continuó de un modo previsible. Esa noche partímos del hotel en varios autos, en companía de varios colegas jóvenes y un par de eminencias. Al llegar al aeropuerto atravesamos el hall que estaba completamente vacío y nos dirigimos hacia las pistas.
- Ahh ¿vamos a ver el avión?, que bién.
La primera señal disonante llegó después. Estaba atardeciendo y no se veia con claridad. En el medio de la pista y a unos cien metros del edificio, esperaba un avion bastante grande pero algo extraño. En lugar del tren de aterrizaje que uno esperaría (para un avión de ese tamaño, enormes ruedas separadas del fuselaje por fuertes soportes) tenía tres pares de ruedas ridículamente pegadas a la bodega, parecíendose menos a un pájaro que a una oruga voladora.
-¡Guau! un Ilushin IL76, el avión de carga más grande del mundo, de chiquito quería ver uno, que maravilla.
- Si, si, claro que voy, por supuesto.
Continuó de un modo previsible. Esa noche partímos del hotel en varios autos, en companía de varios colegas jóvenes y un par de eminencias. Al llegar al aeropuerto atravesamos el hall que estaba completamente vacío y nos dirigimos hacia las pistas.
- Ahh ¿vamos a ver el avión?, que bién.
La primera señal disonante llegó después. Estaba atardeciendo y no se veia con claridad. En el medio de la pista y a unos cien metros del edificio, esperaba un avion bastante grande pero algo extraño. En lugar del tren de aterrizaje que uno esperaría (para un avión de ese tamaño, enormes ruedas separadas del fuselaje por fuertes soportes) tenía tres pares de ruedas ridículamente pegadas a la bodega, parecíendose menos a un pájaro que a una oruga voladora.
-¡Guau! un Ilushin IL76, el avión de carga más grande del mundo, de chiquito quería ver uno, que maravilla.
Y lentamente el orden natural comenzó a descarrilar. En la bodega del avión, cuya compuerta estaba abierta, podían verse varias sillas desparramadas entre ruedas de avión dispuestas a modo de sillones. Mesas con canapés y copas. Y botellas, muchas botellas.
- ¿Como? ¿Adentro del avión piensan hacer la fiesta?
Esperábamos a los demás invitados, caminando por la pista en torno al avión, cuando ví venir al número dos del instituto, un tipo imposiblemente agradable ¡vestido de traje antártico de un furioso naranja fosforescente! Lo seguía el director, eminecia sin par en el continente, con idéntica vestimenta pero condimentada... ¡con un gorro estepario con orejeras de piel!
- Ehmm.... ¿Pero qué? ¿también te vas?
Entramos al estómago de la bestia y la fiesta comenzó y la realidad se desbarrancó definitivamente. Música tocada por un profesional en un piano que alguien había metido dentro de la bodega del avión. Mariscos, cangrejos, langostas, cosas que jamás había comido en mi vida.
- Si gracias, tinto estaría bien. Un poco más por favor, gracias.
Gente a quien conocía, un amigo de mi universidad, amigos locales. Gente a quien había recientemente conocido, un colega a quien llamábamos "Contraste" por su piel oscura y su vestimenta invariablemente blanca. Gente a quien no conocía, como la chica que intentó preguntar disimuladamente "y éste quien es" señalándome, y se sonrojó cuando la saludé con la copa
- ... Ahh, si si, mas vino, gracias.
Mucho vino y del bueno, conversaciones que se perdían, que se enredaban, y que seguían. A lo lejos en el otro extremo de la bodega, juro que ví a la eminencia que fundó y dirige el intitituto, con su traje anaranjado y su gorro de piel con orejeras, parado junto al piano y cantando "On my way" mejor que Sinatra.
- Me encantaría quedarme, pero el autobús que me llevará a la capital pasa por enfrente del aeropuerto en unos minutos.
Contraste me acompañó hasta la ruta. Charlamos casi una hora, sobre física, sobre becas, sobre vinos. Buen tipo Contraste. Necesitaba alguna información que juré enviarle ni bien llegara a mi oficina en Argentina.
- Si si, quedate tranquilo, yo te lo mando. Chau, saludame a todos.
Subí al micro y me senté tratando de no perder el sabor del vino en la boca. Me dormí. Desperté mientras el amanecer sangraba sobre los suburbios de la capital, desde donde tomaría mi avión de vuelta a casa. Nunca tuve muy en claro qué parte de toda la historia fue real y qué parte la soñe durante el viaje bajo los efectos del buen vino. Y peor aún: jamás recordé qué cuernos había prometido enviarle al bueno de Contraste, ojalá que al menos eso haya sido parte del sueño.