En ese contexto, no hay salida posible. Supongamos que, por una elección o un escándalo, un nuevo funcionario es nombrado al frente de la repartición. En el caso más probable, tendrá un montón de favores que devolver, lo que hará mediante el generoso reparto de puestos a todos sus amigos, hijos, cuñados y amantes. Estos ocuparán puestos creados especialmente para ellos, sin ningún objetivo específico salvo el de darles trabajo, y en consecuencia contribuirán a engordar el aparato. Más grasa, menos músculo. Tipos que no tienen nada que hacer salvo justificar su existencia, y que para eso fabricarán toda clase de obstáculos, con el único objetivo de hacerlos desaparecer sólo bajo su firma. Si en cambio tocara el mejor de los casos, digamos el de un funcionario honesto con ganas de laburar (que los hay, creer que no es parte del camino a la mediocridad), se encontrará con una repartición absolutamente desorganizada, donde nadie tiene la menor idea de para qué está ahí y cada uno está convencido que su función es fundamental para la estructura y de que tiene derecho a decidir cómo y cuándo ejercerla. A ese nuevo capo massimo no le queda otra opción que montar una estructura de oficinas paralelas con personas de su confianza para llevar adelante las tareas que las oficinas regulares ya olvidaron cómo y por qué hacer. Si le va bien, la repartición mejorará en su funcionamiento sin quejas del "personal de planta" (que seguirá sin laburar), y lo más probable es que se lo premie con un puesto mejor en algún otro lugar. Si le va mal, en cambio, lo rajarán acusado de poner más ñoquis en el estado. En cualquier caso, el resultado es el mismo, nadie desactiva las nuevas oficinas creadas, nadie cierra las viejas inutilizadas, nadie se ocupa del organigrama, y al final hay aún más grasa y menos músculo.
Valgan algunas anécdotas para graficar a qué me refiero.
- Como un modo de mantener el statu quo, la facultad donde trabajo casi no llama a concursos. Todos los menores de cincuenta ocupamos cargos "transitorios" los cuales reglamentariamente duran tres meses. Cada vez que ese período se vence la facultad los "renueva" automáticamente, disimulando así la irregularidad de no llamar a concurso. Como no tengo armas (porque en estas situaciones no podría resistir la tentación de usarlas) me banco que me exploten en esas condiciones. Lo que no me banco es que cada renovación el departamento de personal me haga rellenar nuevamente la mitad de los formularios como si jamás hubiera oído hablar de mí. Trámite engorroso que implica por ejemplo entregar una declaración jurada, para recibir un mes después un memo de la oficina de personal intimándome a presentarme allí en un plazo de 48 horas (¿quiénes se creen que son para ponerme plazos? ¿la ley? ¿quién le dio la palma a un funcionario de cuarta para "intimar" a nadie?) con el objeto de retirar la declaración y hacerla certificar por mi otro empleador, el CONICET. El costo del memo es mayor que lo que le erogaría a la facultad enviar por correo la declaración jurada al CONICET, para hacerla certificar sin mi intermedio. Y ya que estamos, me dejarían laburar para aquello para lo que me pagan que, aunque a los burócratas les cueste creerlo, no es certificar declaraciones juradas ni nada parecido. Pero si lo hicieran admitirían lo evidente: que su puesto es innecesario, que no tienen ninguna autoridad ni importancia, y que todo funcionaría exactamente igual si no estuvieran allí.
- Subsidio para Investigadores de una Universidad Nacional. Una suma ridícula que alcanzó a duras penas para cubrir un 5% de un viaje de trabajo a Francia. A la hora de "rendir" el subsidio (un costumbrismo argentino, en el resto de los países del mundo se entiende que usaste el dinero para aquello para lo que te lo dieron, ¡después de todo, por algo te lo dieron!), presento las boletas, que certifican que hasta el último peso gastado en dicho viaje, como correspondía. La borderline de la contadora rechaza la rendición, arguyendo que las boletas "deberían ser tipo B a nombre de la Facultad de Ciencias Exactas" ¡lo que obviamente no son ya que en Francia no hay boletas tipo B! Ante mi estupefacción explica "mirá, yo así no lo puedo aceptar, tendrías que presentar una nota dirigida al decano especificando por qué razón las boletas no son tipo B". Vuelvo a mi oficina y mientras redacto la nota, que le explica pacientemente al decano que en Francia no se cumplen las leyes tributarias argentinas, me siento un imbécil. En un ataque de dignidad borro el .doc antes de imprimirlo. ¡A cagar, no rindo nada, que me vengan a buscar con la policía! Dejo pasar seis meses, luego presento nuevamente las mismas boletas, que ahora son aceptadas sin comentario alguno. La cronoterapia es infalible.
- Por suerte respiro cada tanto con largos períodos de trabajo en el exterior. Como soy honesto (que en nuestras tierras es sinónimo de estúpido) al irme renuncio a mis cargos universitarios (aunque nadie lo notaría si simplemente dejara de ejercerlos, me pregunto cuántos difuntos recibirán regularmente su salario porque la universidad rechazó el certificado de defunción "por no estar firmado por el interesado"). Al retornar, se me obliga a repetir todos los trámites de una nueva incorporación, llenando literalmente diecisiete (17) formularios, con datos tan relevantes para mi desempeño académico como DNI de mis padres y hermanos, distrito militar (porque nadie notificó por escrito a la directora de personal que la dictadura terminó), y grupo sanguíneo. La última versión incluía un croquis de la ubicación de mi vivienda, para que pueda ir el médico a verificar mi estado de salud en caso de licencia por enfermedad (dicho sea de paso "el médico no se acercará al domicilio en caso de constatarse la presencia de canes" de acuerdo a una resolución que el consejo académico se ocupó de elaborar luego de alguna mordida pequinesa en gónadas hipocráticas). Se abre una nueva cuenta bancaria aunque perfectamente se me podría pagar en la anterior, que jamás se preocuparon por cerrar (ya tengo cuatro cuentas en el Nación, tres de ellas al más absoluto flato). Se me hace repetir el examen médico, foniátrico, y odontológico (porque como es obvio si tengo las muelas cariadas no puedo enseñar análisis matemático...). La última vez me quejé ante la funcionaria de turno de tener que repetir el análisis de orina completo, cuando sólo habían pasado seis meses de mi reincorporación anterior. Me respondió "y, pero como te imaginarás, en ese período la orina cambia"... me dio ganas de orinarle el escritorio cual caniche rabioso. Otro asunto, que da para un post entero, es el examen psicológico, practicado por una repartición llena de psicópatas narcisistas y débiles mentales.
Tengo mil más, pero ya me estoy calentando, y veo de reojo a mi mujer que carga la pistola de dardos que esconde en el bolso para estas situaciones, así que mejor los dejo para otra ocasión.
Al final, el problema es que tenemos que resignar- nos a que el aparato del estado no se arregla sin telegramas de despido. Y quién crea que esto suena gorila, piense cuantos menos pobres habría si las reparticiones del estado cumplieran sus funciones. Cuantos menos enfermos habría si los hospitales funcionaran por algo más que por la fuerza de voluntad de tres de cada diez de sus empleados. Cuantos mejores profesionales habría si las universidades no dilapidaran su dinero en oficinas inútiles, encargadas de controlar estupideces, mientras a los docentes se nos paga un sueldo vergonzante y se nos trata como material descartable.