A quien quiera leer sobre el fascismo subya- cente en la pretensión del psicoanálisis de entender el funcionamiento de una mente mejor que su propio dueño, le recomiendo a Basaglia, quien lo explicaba jugando de local. Yo solo puedo referirme a un par de anécdotas que siempre cito cómo arque- típicas de la enorme ignorancia y auto- ritarismo de muchos psicoanalistas a la hora de diagnosticar a un paciente.
Contaba en algún post anterior que nuestra querida Universidad Nacional, siempre dis- puesta a dilapidar recursos del estado para justificar la existencia de oficinas inútiles como su dirección de sanidad, me obliga a repetir los exámenes de aptitud psicofísica cada vez que retorno de mis algo frecuentes viajes al exterior. En dos ocasiones tuve que repetir el diagnóstico psicológico, como si el escaparme por seis meses de este loquero pudiera tener algún efecto diferente de el de unas largas vacaciones en un spa con odaliscas danzantes.
La primera vez, me tocó conversar con una psicóloga joven y de buen lucir. Eso me facilitó las cosas, ya que mientras ella intentaba una conversación insulsa yo me entretenía mirándole los senos (bueno, ¿qué? no me digan que nunca lo hicieron... nada del otro mundo, igual). Ella, mientras buscaba alguna explicación al movimiento pendulante de mis ojos, hacía esas típicas preguntas que hasta mi perro podría contestar. Que como te llamas (Calígula del Valdío), que donde vivís (en la cucha), que si te gusta dar clases (psee), que por qué te gusta (y qué se yo, me gusta el helado de sambayón y tampoco sé por qué), que cómo te describirías a vos mismo (y… en un boliche te lo cuento, acá, rodeado de carpetas amarillentas apiladas y carteles pegados con cinta scotch, no me estimula mucho). Y así. ¿Hay algo de vos de lo que no te sientas conforme? (y, que se yo, hubiera querido ser Bruce Willis, panzón, dolape y con plata, pero no me tocó, que le vamo' a hace'...). Hasta ahí todo normal. Pero entonces se puso un poco reiterativa: contame si hay algo de tu cuerpo que te haga infeliz (la verdad que no, no serán 30 centímetros pero tampoco son 7, me parece lo justo). Algo que te cause vergüenza (nahh, soy demasiado arrogante como para sentir vergüenza). En serio, sentite libre para contarme lo que quieras, que queda acá (que no flaca, que no, ¿entendiste?). ¿De verdad no te gustaría cambiar algo de tu cuerpo? (¿que te pasa loca? ¿no te gusto? ¿qué tengo? ¿cresta y antenitas?). Después de un rato vio que no iba a ningún lado (un poco le costó, no era muy perceptiva), y dio por terminada la entrevista. Mientras cerraba sus notas (ay dioses, escriben notas) me miró en tono confidente y me dijo: mirá, durante la entrevista no pude evitar notar que tenés manchas en las manos, y me pregunto si eso te causa algún tipo de incomodidad. ¡Ahhh!.. Juro por mis orejas que no me había dado cuenta que se refería a eso: tengo vitiligo desde los 16 años, cosa que jamás me molestó demasiado, excepto tal vez cuando el sol está muy fuerte. La mayor parte del tiempo sólo lo recuerdo sólo cuando algún paracaidista me pregunta ¿qué te pasó, te quemaste?. Pero a ella en cambio la cosa la perturbó bastante, y en mi "negativa a admitirlo", creyó percibir un enorme complejo al respecto (que ¡por Alá!, no tengo). Cerró la entrevista diciendo "bueno, no dejes de acudir a nosotros si sentís que tenés que hablar de eso". Caray, ¡que enorme arrogancia! ¡a ella la pone incómoda el aspecto de mi piel y piensa que yo tengo que sentirme acomplejado por eso!
La segunda vez, la psicóloga de turno (bastante madura esta vez, nada interesante) tomó las notas de la otra (dioses, escriben notas) guardadas en mi expediente, y comenzó el interrogatorio. Hablame de vos (y qué querés que te diga...). Contame lo que quieras (bueno, estuve afuera seis meses y la universidad considera que tengo que rehacer todo el tramite desde cero como si fuera un nuevo empleado). Me refiero sobre tu persona (ahh, bueno, que se yo, me recibí, me doctoré, me casé, me fui de posdoc, todo lindo). Mirá, si no vas a colaborar, esto se va a hacer largo (no menacé tritrí...). Contame de tu vida ¿sentis que tenés algo por resolver? (nada que le vaya a contar a una desconocida por una exigencia burocrática de una institución decadente). ¿Sentís que cometiste algún error ? (y..., según me estoy dando cuenta, volver al país). Y así. Ella con su tonito fascistoide y yo en mi polo anarquista. Hasta que de golpe largó: contame acerca de tu epilepsia (¡a la mierda! ¿cómo llegó eso a mi expediente? ¡pensar rapido! ¿algún Hijo de Puta de nuestra querida institución intentando serrucharme el piso? ¿algún rebote burocrático? Ahh ¡ya sé!, pedí un re-integro al coseguro de la universidad, para lo que tuve que presentar el diagnóstico, y alguien guardó la fotocopia en el expediente. Si, claro, es eso, menos mal, me asusté...). Acá dice que tuviste crisis convulsivas (no, yo nunca tuve crisis convulsivas, tuve un desmayo que es otra cosa). Tené en cuenta que pueden ser causadas por algún conflicto no resuelto (pse claro, por ejemplo el desarrollo del hipocampo izquierdo durante mi etapa fetal, o un infarto cerebral en el lóbulo temporal, conflictos que lamentablemente no se resuelven en un diván...). ¿Se repitieron las convulsiones? (señora, le dije que nunca tuve convulsiones). Decime la verdad, acá dice que tenés epilepsia (si, tengo crisis parciales de inicio simple en el lóbulo temporal izquierdo) y epilepsia implica convulsiones (ahh bueh, volvé a la escuela querida, menos del 5% de las crisis epilépticas se generalizan, la mayoría de los pacientes jamás tiene convulsiones ¡loado sea Budha!). Yo no estoy de acuerdo con eso (y claro que no estás de acuerdo, por eso no fuiste neuróloga). ¿Estás seguro que nunca tuviste convulsiones? (que no, tarada, que no). Bueno, esta bien, si no querés hablar de eso terminamos la entrevista acá (ahh claro, ahora soy un negador). ¡Increible! la mina cree que nada escapa a su campo, según ella hasta los mancos tienen algún conflicto personal que explica su mancanza ¿tal vez se masturbaban demasiado de chicos? Que la parió…
El psicoanálisis no necesita racionalidad, de hecho no puede coexistir con ella. No necesita hechos objetivos, le basta con su propia verborrea. Nada queda fuera de su área de aplicación: si te pican la gónadas, es porque tenés complejo de Edipo (o por alguna otra razón igual de delirante), y las ladillas no tienen nada que ver, las inventaste para negar tu complejo. No importa cuanto te conozcas a vos mismo, no importa cuan poco te conozca el analista, siempre tendrá algo que decir sobre vos. Y no importa cuanto insistas en que se equivoca, estarás simplemente negando tu problema. El psicoanálisis siempre gana, porque corre con ventaja: el corset de la realidad no le ajusta, la lógica no le pesa, y la autoconsistencia no le preocupa. Es la verdad revelada del mundo moderno, la última religión....
Y nosotros repetimos el error de Constantino, institucionalizando la religión dentro del estado.
Contaba en algún post anterior que nuestra querida Universidad Nacional, siempre dis- puesta a dilapidar recursos del estado para justificar la existencia de oficinas inútiles como su dirección de sanidad, me obliga a repetir los exámenes de aptitud psicofísica cada vez que retorno de mis algo frecuentes viajes al exterior. En dos ocasiones tuve que repetir el diagnóstico psicológico, como si el escaparme por seis meses de este loquero pudiera tener algún efecto diferente de el de unas largas vacaciones en un spa con odaliscas danzantes.
La primera vez, me tocó conversar con una psicóloga joven y de buen lucir. Eso me facilitó las cosas, ya que mientras ella intentaba una conversación insulsa yo me entretenía mirándole los senos (bueno, ¿qué? no me digan que nunca lo hicieron... nada del otro mundo, igual). Ella, mientras buscaba alguna explicación al movimiento pendulante de mis ojos, hacía esas típicas preguntas que hasta mi perro podría contestar. Que como te llamas (Calígula del Valdío), que donde vivís (en la cucha), que si te gusta dar clases (psee), que por qué te gusta (y qué se yo, me gusta el helado de sambayón y tampoco sé por qué), que cómo te describirías a vos mismo (y… en un boliche te lo cuento, acá, rodeado de carpetas amarillentas apiladas y carteles pegados con cinta scotch, no me estimula mucho). Y así. ¿Hay algo de vos de lo que no te sientas conforme? (y, que se yo, hubiera querido ser Bruce Willis, panzón, dolape y con plata, pero no me tocó, que le vamo' a hace'...). Hasta ahí todo normal. Pero entonces se puso un poco reiterativa: contame si hay algo de tu cuerpo que te haga infeliz (la verdad que no, no serán 30 centímetros pero tampoco son 7, me parece lo justo). Algo que te cause vergüenza (nahh, soy demasiado arrogante como para sentir vergüenza). En serio, sentite libre para contarme lo que quieras, que queda acá (que no flaca, que no, ¿entendiste?). ¿De verdad no te gustaría cambiar algo de tu cuerpo? (¿que te pasa loca? ¿no te gusto? ¿qué tengo? ¿cresta y antenitas?). Después de un rato vio que no iba a ningún lado (un poco le costó, no era muy perceptiva), y dio por terminada la entrevista. Mientras cerraba sus notas (ay dioses, escriben notas) me miró en tono confidente y me dijo: mirá, durante la entrevista no pude evitar notar que tenés manchas en las manos, y me pregunto si eso te causa algún tipo de incomodidad. ¡Ahhh!.. Juro por mis orejas que no me había dado cuenta que se refería a eso: tengo vitiligo desde los 16 años, cosa que jamás me molestó demasiado, excepto tal vez cuando el sol está muy fuerte. La mayor parte del tiempo sólo lo recuerdo sólo cuando algún paracaidista me pregunta ¿qué te pasó, te quemaste?. Pero a ella en cambio la cosa la perturbó bastante, y en mi "negativa a admitirlo", creyó percibir un enorme complejo al respecto (que ¡por Alá!, no tengo). Cerró la entrevista diciendo "bueno, no dejes de acudir a nosotros si sentís que tenés que hablar de eso". Caray, ¡que enorme arrogancia! ¡a ella la pone incómoda el aspecto de mi piel y piensa que yo tengo que sentirme acomplejado por eso!
La segunda vez, la psicóloga de turno (bastante madura esta vez, nada interesante) tomó las notas de la otra (dioses, escriben notas) guardadas en mi expediente, y comenzó el interrogatorio. Hablame de vos (y qué querés que te diga...). Contame lo que quieras (bueno, estuve afuera seis meses y la universidad considera que tengo que rehacer todo el tramite desde cero como si fuera un nuevo empleado). Me refiero sobre tu persona (ahh, bueno, que se yo, me recibí, me doctoré, me casé, me fui de posdoc, todo lindo). Mirá, si no vas a colaborar, esto se va a hacer largo (no menacé tritrí...). Contame de tu vida ¿sentis que tenés algo por resolver? (nada que le vaya a contar a una desconocida por una exigencia burocrática de una institución decadente). ¿Sentís que cometiste algún error ? (y..., según me estoy dando cuenta, volver al país). Y así. Ella con su tonito fascistoide y yo en mi polo anarquista. Hasta que de golpe largó: contame acerca de tu epilepsia (¡a la mierda! ¿cómo llegó eso a mi expediente? ¡pensar rapido! ¿algún Hijo de Puta de nuestra querida institución intentando serrucharme el piso? ¿algún rebote burocrático? Ahh ¡ya sé!, pedí un re-integro al coseguro de la universidad, para lo que tuve que presentar el diagnóstico, y alguien guardó la fotocopia en el expediente. Si, claro, es eso, menos mal, me asusté...). Acá dice que tuviste crisis convulsivas (no, yo nunca tuve crisis convulsivas, tuve un desmayo que es otra cosa). Tené en cuenta que pueden ser causadas por algún conflicto no resuelto (pse claro, por ejemplo el desarrollo del hipocampo izquierdo durante mi etapa fetal, o un infarto cerebral en el lóbulo temporal, conflictos que lamentablemente no se resuelven en un diván...). ¿Se repitieron las convulsiones? (señora, le dije que nunca tuve convulsiones). Decime la verdad, acá dice que tenés epilepsia (si, tengo crisis parciales de inicio simple en el lóbulo temporal izquierdo) y epilepsia implica convulsiones (ahh bueh, volvé a la escuela querida, menos del 5% de las crisis epilépticas se generalizan, la mayoría de los pacientes jamás tiene convulsiones ¡loado sea Budha!). Yo no estoy de acuerdo con eso (y claro que no estás de acuerdo, por eso no fuiste neuróloga). ¿Estás seguro que nunca tuviste convulsiones? (que no, tarada, que no). Bueno, esta bien, si no querés hablar de eso terminamos la entrevista acá (ahh claro, ahora soy un negador). ¡Increible! la mina cree que nada escapa a su campo, según ella hasta los mancos tienen algún conflicto personal que explica su mancanza ¿tal vez se masturbaban demasiado de chicos? Que la parió…
El psicoanálisis no necesita racionalidad, de hecho no puede coexistir con ella. No necesita hechos objetivos, le basta con su propia verborrea. Nada queda fuera de su área de aplicación: si te pican la gónadas, es porque tenés complejo de Edipo (o por alguna otra razón igual de delirante), y las ladillas no tienen nada que ver, las inventaste para negar tu complejo. No importa cuanto te conozcas a vos mismo, no importa cuan poco te conozca el analista, siempre tendrá algo que decir sobre vos. Y no importa cuanto insistas en que se equivoca, estarás simplemente negando tu problema. El psicoanálisis siempre gana, porque corre con ventaja: el corset de la realidad no le ajusta, la lógica no le pesa, y la autoconsistencia no le preocupa. Es la verdad revelada del mundo moderno, la última religión....
Y nosotros repetimos el error de Constantino, institucionalizando la religión dentro del estado.