"La muerte es parte de la vida" enuncia una versión de sobremesa de la filosofía existencialista, que todos fingimos compartir como un modo torpemente elegante de resignarnos ante lo inevitable. El detalle que nuestra dignidad omite es que esa afirmación está muy lejos de ser cierta: la muerte natural es un invento relativamente reciente en la historia de la vida, y aún hoy la mayor parte de los seres que viven sobre el planeta son virtualmente inmortales.


Lo remarcable del proceso de reproducción arriba descripto, es que al dar origen a dos organismos "hijos", el organismo "madre" se transforma en ellos, pasándoles la limitada experiencia vital que su sencilla estructura pudo acumular. Por lo tanto, es correcto decir que un ser unicelular no experimenta jamás el proceso de desaparición física que llamamos muerte. Ese tipo de "vida eterna" tuvo lugar con exclusividad durante casi tres cuartas partes de la historia de la vida, y aún hoy la enorme mayoría de las especies vivas sobre la tierra son organismos de este tipo, que solo mueren por depredación o accidente.

De hecho, allí está la razon por la que nuestros cuerpos envejecen: una vez pasada la edad reproductiva, el que se activen genes destructivos para nuestros cuerpos ya no es perjudicial para la supervivencia de nuestro ADN, el cual se encuentra a salvo en el cuerpo de nuestros hijos. Tal activación puede incluso hasta ser positiva en contextos de escasez, al quedar disponibles para la descendencia los recursos liberados por la desparición física del progenitor. Es decir que la reproducción sexual transformó a la muerte natural en una ventaja selectiva. En más de un sentido, es correcto decir que la muerte natural apareció en el
mundo junto con la sexualidad, y que es inseparable de ella.
Inseparables de la sexualidad son tambien el amor por nuestras parejas y por nuestros hijos, la ansiedad ante los cambios futuros y su capacidad para desenvolverse en ellos, y la pulsión por compartir nuestras experiencias con el mayor número posible de nuestros descendientes. En otras palabras, todas las razones por las que no queremos morir.
Y esta es, si se me permite, la gran paradoja de la existencia: las razones por las que queremos seguir vivos son consecuencias de la misma ventaja adaptativa que hizo natural e incluso necesaria nuestra muerte.
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(*) La crítica de este post por amateur se cae de madura, no soy biólogo y a mucho de lo que aquí se dice accedí a traves del deformante cristal divulgativo. Por tanto, precisiones o correcciones son bienvenidas.