Desde que nacemos, emprendemos ese viaje fascinante que es la exploracion de lo que nos rodea. Durante su transcurso, contruimos una
imagen mental del mundo, o sea una representación imaginaria de sus componentes y relaciones. El objetivo final de esta imagen es volverse predictiva, permitiéndonos anticipar las consecuencias de nuestras acciones para programarlas convenientemente. Millones de años de evolución nos han dotado de las herramientas necesarias para esa tarea.
Mediante la razón, somos capaces de contruir y relacionar proposiciones, obteniendo conclusiones a partir de premisas mediante
razonamientos válidos. Así ligamos el valor de verdad de las conclusiones a aquél de las premisas, reduciendo notablemente el número de hechos independientes que constituyen nuestra
imagen mental del mundo. (Por ejemplo, de las premisas
"si lloro recibo atención" y
"si tengo hambre necesito atención", concluimos que
"si tengo hambre me conviene llorar", mediante un razonamiento válido - probablemente el primero de nuestras vidas).
Por medio de las sensaciones, atribuimos valores de verdad a nuestras premisas, construyendo una
valuación. Es decir experimentamos con el universo para ver si las premisas son
Verdaderas o
Falsas. Esto nos permite conocer el valor de verdad de las conclusiones sin necesidad de nuevos experimentos. (Vemos si es
Verdadero que
"si lloro recibo atención" sólo probando -y este es el primer experimento de nuestras vidas. Luego comprobamos que no podemos comer sin ayuda, es decir que
"si tengo hambre necesito atención" es otra proposición
Verdadera. Con esto la conclusión "
si tengo hambre me conviene llorar" es necesariamente
Verdadera, sin necesidad de comprobarla independientemente).
Así avanzamos en nuestra construcción de una
imagen mental del mundo. Este tipo de capacidad, que sólitamente llamamos aprendizaje, aunque que a mí me parece más preciso designarla como capacidad de
modelar el universo, se encuentra en la gran mayoría de los animales con un sistema nervioso medianamente desarrollado. Es evidente en muchos de los mamíferos con los que convivimos, como perros y gatos [
1,
2], y está presente incluso en invertebrados -experimentos con grandes cefalópodos (pulpos) no dejan ninguna duda al respecto [
3], y hoy algunos biólogos hacen experimentos similares con moscas [
4]. Lo que es seguro es que no es una cualidad privativa del
Homo Sapiens (y advierto que si algún antropocéntrico amigo planea plantear aquí la dicotomía escolar
inteligencia vs. instinto, se arriesga a tener que definir univocamente ambos términos).
El siguiente paso en nuestra comprensión del universo es intercambiar con nuestros semejantes nuestras respectivas
imágenes mentales del mundo, para crear una
imagen compartida. Para esto existe la comunicación mediante el lenguaje. De nuevo, no somos únicos a este respecto, si bien la capacidad de comunicar conceptos de alguna complejidad está restringida a algunos mamíferos superiores: unos pocos de ellos son capaces de comunicarse [
5,
6,
7,
8], algunos lo hacen de modos que aún no entendemos [
9,
10]. Es en este punto del proceso en el que surge la dicotomía entre experiencias compartibles o
empíricas y experiencias no compartibles o
místicas, que explicábamos en el
post anterior. Y es sólo aquí donde comprendemos que existen dos tipos de verdad, aquélla
científica, cuya adquisición puede ser reproducida por otros, y aquélla
no científica o
mística, cuya adquisición es personal e intransmisible.
El paso esencial del
Homo Sapiens, hasta donde sabemos específico de esta especie, es la capacidad de
heredar culturalmente la
imágen compartida del mundo. Es decir que cada generación no necesita reproducir los pasos para la valuación de cada proposición de modo de saber si es
Verdadera o
Falsa, sino que le basta tomar el valor de verdad obtenido por las generaciones anteriores. De esta manera se sortea el límite impuesto por la finitud de la vida, y se avanza en nuevas proposiciones basándose en aquéllas conocidas previamente. La
imagen compartida del mundo que resulta es increíblemente rica y altamente predictiva. Si bién algunos primates manifiestan herencia cultural, esta se limita a un conjunto pequeño de proposiciones y es muy poco eficiente [
11]. Es recién aquí donde, en mi opinion, el antropocentrismo deja de ser chauvinista.
Hemos llegado finalmente a la pregunta del título: si hay dos tipos de verdad ¿cual debemos usar para valuar las proposiciones que serán heredadas por las generaciones venideras? Es mi opinion que debemos hacerlo de modo de maximizar la eficiencia de la construcción de la
imagen compartida del mundo. Es decir, debemos intentar
ser más humanos, realzar el razgo específico de nuestra especie,
ser menos mortales. Aceptado esto, es evidente que la verdad empírica debería ser usada siempre para todas las proposiciones que así lo permitan, de modo tal que cualquier duda en el valor de verdad de una proposición dentro de cien años, podrá despejarse reproduciendo el experimento realizado hoy. Por otro lado, para aquéllas proposiciones que por su naturaleza no permitan hoy una valuación empírica, podría aceptarse un valor de verdad obtenido mediante experiencias místicas en las que acuerde la mayoría de la poblacion, pero
con plena conciencia del carácter preliminar y no definitivo de ese valor de verdad. De este modo, si en el futuro nuestro mayor conocimiento del mundo nos permite imaginar un experimento para darle un valor de verdad empírico a tal proposición, nadie se negará a hacerlo.