El aborto es un debate demasiado importante para darlo desde la emotividad. El corazón nunca fue una buena herramienta para dirimir disyuntivas políticas, y en este caso menos que en ninguno.
Aunque consuma más energía (¡y con lo que están las tarifas!) hay que encender la máquina de pensar. Y usarla.
La emoción dispara el sentido de pertenencia, el reflejo de separar el grupo humano entre los nuestros y los otros, entre los que empatizan, como yo y esos seres horribles que no sienten nada por el sufrimiento ajeno.
Y eso nos vuelve irracionales y muy manipulables. ¿O acaso crees que es casualidad que un gobierno de psicópatas decida abrir este debate?
Ellos saben lo que hacen, manipular es su especialidad. En especial cuando creés que no te están manipulando, que estás parado del lado de los buenos ¡es justamente cuando más lo están haciendo!
Leo compañeros del campo popular, que se acompañaron durante más de una década, acusándose mutuamente de monstruos, y jurando nunca más votar a ese legislador que traicionó la esencia del movimiento. ¿En serio no se dan cuenta de a quién le conviene este estado de cosas?
Si evitaran por un minuto que la emoción y la indignación los embriaguen, se darían cuenta de que la mayoría de los argumentos de ambos lados del debate son pura basura, sólo aceptable por quien quiere de antemano estar con los nuestros, los buenos y lejos de los otros, los malos.
Argumentos pro-life:
El más fácil es el que reza el feto está vivo. También lo estaba hasta el viernes la vaca que te comiste el domingo. No respetamos la vida de por sí, nunca lo hicimos. No existe un derecho a la vida, no es ese el valor que cuidamos.
Alguno enriquece un poco más la idea: el feto es vida humana porque tiene ADN humano. También lo tenían las células cutáneas que murieron la última vez que te rascaste, o la muela que te hiciste extraer. No es el ADN el valor a proteger, nunca lo fue, y no podría serlo.
La siguiente iteración es igualmente falaz, pero más sutil: el feto tiene la potencialidad de transformarse en persona. Claro, pero al afirmarlo ya estás admitiendo que ahora no lo es. Y además, cualquier núcleo celular puede, en las condiciones adecuadas, transformarse en persona.
No cuidamos la vida, ni el ADN, ni la potencialidad. No es así como funciona nuestro sistema de valores. Puede parecernos superficialmente que sí, pero es el aborto justamente el punto donde se hacen evidentes los sobreentendidos.
Y la verdad es que, si la emotividad no nos hackeara el intelecto, tendríamos que ver el elefante en la habitación:
En todos los argumentos que defienden la vida desde la concepción, está escondida la idea de un alma que entraría al embrión en ese preciso momento.
Y no hablo sólo de las personas religiosas, ojo: el esencialismo, la idea de que hay una esencia humana, es una forma de dualismo laico, un vicio de pensamiento muy difícil de erradicar. Todos caemos en él cuando estamos distraídos. Y todos lo estamos cuando nos golpeamos el pecho señalando el mal y la perversión en las ideas del otro...
Argumentos pro-choice:
El más fácil es el que reza mi cuerpo, mi decisión. No es tu cuerpo si hay otra persona en juego, tus derechos terminan donde empiezan los de otro. Imaginate si el padre usara ese argumento y no comprometiera su cuerpo trabajando para mantener al hijo.
Luego viene el festival de números: mueren quichicientasmil mujeres pobres por semana. Supongamos que esos números no fueran un invento. Si mueren intentando matar a otro, eso no constituye de ningún modo un justificativo para permitirlo. Mueren ladrones todos los días sólo por robar, y nadie habla de legalizar el hurto. No funciona así.
El argumento puede volverse aún más cínico: igual sucede, y en un hospital sería menos peligroso. Si alguien viola los derechos de otro, el hecho de que burle la prohibición de hacerlo no es justificación para permitírselo. Ningún sistema de valores funciona así.
De nuevo, si no estuviéramos embriagados de indignación contra los otros, veríamos el otro elefante en la habitación:
El embarazo no es el problema. El problema es una sociedad donde el embarazo es un problema.
Eso es lo que habría que atacar.
¿Por qué debatir, entonces?
En medio del griterío y las acusaciones cruzadas, lo único que no se debate es lo único que realmente habría que debatir:
¿Qué características debe tener un ser para considerarlo digno del derecho a la vida?
La respuesta resolvería la discusión, y nos enriquecería.
Primero, sustentaría cualquier decisión que se tome acerca del aborto, sobre bases racionales y sostenibles en el tiempo. Si no hacemos eso, cualquier resultado hoy se basará en una muy voluble relación de fuerzas, que mañana puede cambiar y reeditar la discusión. Y los titiriteros, felices.
Pero además, le pondría un marco al progreso ético de la humanidad. La especie ha avanzanzado históricamente ampliando el grupo de pertenencia, incorporando aquéllos que nos parecen dignos de derechos: tribu, etnia, nación, raza, especie... ¿Qué viene luego?
¿Otras especies? Determinar las características básicas que hacen que un ser sea digno de derechos, demarcaría un punto de equilibrio entre el antropocentrismo extremo y el veganismo autonegador.
¿Inteligencia artificial? En algún momento en un futuro no muy lejano interactuaremos constantemente con máquinas que pasarán el test de Turing. Y comenzaremos a preguntarnos ¿es acaso ético apagarlas?
¿Y más adelante? No es posible predecir cuándo, pero en algún momento en el futuro podríamos encontrarnos con otras civilizaciones inteligentes. ¿Merecerá su vida nuestro respeto?
E incluso si estas cuestiones parecen bizantinas, pensemos con el mayor de los pragmatismos: ¿Quien gana con lo divisivo que se ha tornado este debate? Seguro que no es el pueblo.