Si añorar el pasado es cosa de viejos, tal vez tenga que aceptar que no soy tan joven como me siento. Aquí estoy de nuevo, escribiendo en mi blog como si estuviéramos en aquél ya lejano 2008 y pensando lo bueno de Blogger y Wordpress no fue superado por ninguna red social en la década que pasó.
Se respiraba un ambiente de debate, entre relativamente pocas personas, en general inteligentes y muy interesadas en discutir sus puntos de vista. Se debatía sobre ciencia, política, filosofía, moral. Sobre la vida en general.
Más allá de la intrusión incidental de algún troll o de algún participante de pocas luces, los debates eran civilizados, valorándose tanto la claridad de conceptos como la elegancia del texto. Aprendí muchas cosas aquí, hice amigos y conocí personas que respeto y admiro.
Pero todo lo bueno termina. Surgieron otras redes, y el viento de lo nuevo nos arrastró hacia ellas. Nada temimos, después de todo ¿qué podíamos perder? Si aprendimos a debatir aquí, podríamos ciertamente ejercitar esa habilidad en otro lado. Sólo que las cosas pocas veces salen como las imaginamos.
Uno de los nodos fue Facebook, una red donde los posts de diferentes autores se mezclan en un muro, formado por las contribuciones de quienes decidamos seguir. Podemos pasar de comentar un post sobre la ciencia del cambio climático a felicitar a un amigo por la foto de su bebé. Parecía interesante, después de todo muchos usábamos Google Reader u otro tipo de blog-feed para hacer precisamente eso...
Solo que el algoritmo es diabólico, y solo pone en el muro una selección de los posts, hecha en base a las estrategias comerciales de la empresa y con completa desatención de nuestro interés. Para sumar desventajas, mamá y la tía Coca lo encontraron irresistible y llenaron nuestros muros de gatitos, frases de Paolo Coelho y el eco fétido del lavado de cerebro televisivo.
Y claro, Twitter ¡Ah, Twitter!... La red que descubrió que lo interesante de los blogs no eran sus posts sino su sección de comentarios, y sólo por lo enriquecedor del intercambio entre los participantes. Y se constituyó en una especie de sección permanente de comentarios. Limitados en longitud, porque no importa el detalle de tus ideas sino como interactúan con las de los demás. Bellísimo.
Y funcionó excelentemente los primeros años. Hermosos y acalorados debates llenos de contenido, seguidos por calmas charlas de sobremesa. Tan bueno que se masivizó... y llegaron mamá y la tía Coca, con su autoayuda y sus gatitos. Y con ellas llegaron sus titiriteros de la TV, ahora en la forma de call centers llenos de trolls, camuflados con nombre de vieja y difundiendo sus ideas ahogadas en vinagre. Llegaron también jovenísimas criaturas de gónadas inmaduras e ideas aún más verdes, reclamando espacios seguros para proteger sus frágiles egos de la cruel realidad de la existencia del otro y su capacidad de desacuerdo.
Las nuevas redes sociales triunfaron convirtiéndose en el lugar de interacción de la totalidad de "la gente". Y quienes habíamos llegado allí buscando refugio de la banalidad del mundo, de la noche a la mañana nos encontramos agobiados y ahogados por ella.
Algunos huyeron despavoridos. Otros rindieron sin hidalguía su pensamiento independiente, a cambio del cálido ronroneo de la multitud. Y otros en cambio, dejando expuesta nuestra falta de inteligencia social, insistimos intentando empujar el transatlántico a remo...
Hace unos días Twitter cerró definitivamente mi cuenta, por acumulación de denuncias de "abuso". Personas profundamente ofendidas porque me atreví a no pensar como ellas, me reportaron por "misógino", "ateo", "chupacirio", "comunista", "fascista", "liberal", "progre", "populista" o "conservador". Cada uno usó el concepto con el que su tribu particular denota al pensamiento independiente. Sin notar claro que, al denostarme, lo hacían coincidiendo con miembros de otras facciones cuyas ideas detestan.
Y aquí estamos, de nuevo en casa. Si Blogger ha muerto ¡viva Blogger!