Un grito de mujer agrieta la noche, y desgarra la tela sutil en la que se pintan mis sueños... Un pedido desesperado de socorro, que me dispara reflejos forjados hace milenios en alguna pradera africana y hoy escondidos bajo formalidades sociales. De pié antes que despierto, me tiro por las escaleras y atravieso corriendo el zaguán hacia la calle... El portazo sacude el sismógrafo al punto de despertar a mis hermanos, empujándolos detrás mío.
Dibujados en el gris oscuro de una noche de invierno, cien árboles deshojados se extienden hacia ambas esquinas. A la mitad de la cuadra, un colectivo detenido en medio de la calzada como un juguete sin pilas. Una mujer sentada en el escalón y otra parada en la calle se disputan un tesoro invisible. Con la cara desfigurada por el llanto, la primera se aferra al estribo. La segunda en cambio tironea desde la calle, furiosa y con los talones clavados en el asfalto. La presa es un bolso de cuero, pequeño y negro, insignificante.
Borroneando un poco el lápiz corro hacia ellas y, más por reflejo que por reflexión, intento separarlas. Mis hermanos se disponen a ayudarme, pero los distrae una visión onírica: como bajo el efecto de algún tipo de hipnosis, el chofer y los pasajeros del colectivo no parecen percibir nada de lo que pasa. Completamente ajenos a la escena, algunos miran fijamente hacia adelante, otros observan la noche distraídamente a través de las ventanillas. Alguna poderosa droga atrofia sus hipófisis, inmunizándolos de ese irresistible llamado que es el grito de una mujer.
Pero el artista no esta conforme aún, la escena no le parece lo bastante bizarra, y dispone otra picelada. Un amasijo de abollones de color blanco sucio, que oculta los restos de lo que alguna vez fué un auto, dobla la esquina en reversa. Se mueve hacia nosotros haciendo eses a contramano. Baja un hombre de rasgos indefinidos y, mientras grita ¡policía, todos a la comisaría! aferra el brazo de una de las mujeres y, por estar encadenada al bolso, arrastra también a la otra.
El globo con la palabra policía arruina mi visión de la página, y siento la necesidad estética de interponerme en su camino. Y el hombre comete un error: ¡vos también! dice, mientras me agarra del brazo. Pero se escucha ¡vos tamglup! porque a mitad de la palabra los incisivos se le enriedan con mis dedos. Las dos mujeres, que gritan y lloran sin soltar el bolso, aprovechan la embestida para librarse de su captor. El hombre duda un poco, y luego dice con gesto elocuente ma sí, vayansé a cagar.... Se interna en el amasijo de abollones y se pierde en la oscuridad desenredando las eses que lo trajeron.
En la confusión de la escena, una de las mujeres logra hacerse del bolso y sube al colectivo. El director presiona el botón de play y todo se pone en movimiento. El chofer parece volver a la vida, y sin desviar la vista del frente donde la tuvo todo el tiempo, arranca llevándose a la mujer junto con los distraídos pasajeros. La otra, que quedó en la calle, insulta como un herrero. Se sacude el polvo del forcejeo y se va caminando tambaleante por el medio del pavimento. Jura en voz alta voy a la comisaría, ahora van a ver, que se creen.... Se aleja y se disuelve en bruma de la esquina.
Busco con la mirada a mis hermanos quienes se han dado por vencidos hace rato y, parados en el cordón de la vereda, miran boquiabiertos sin pretender entender nada. Es pleno julio y la tardía conciencia del frío me hace descubrir estoy en cueros. Camino hacia mi casa mientras un vecino murmura desde la rendija de su persiana ¡pst! ¿que hacés así mediodesnudo en la calle? ¿pasa algo?. Vuelvo a mi cama y con resignación me duermo, desorientado...
Dibujados en el gris oscuro de una noche de invierno, cien árboles deshojados se extienden hacia ambas esquinas. A la mitad de la cuadra, un colectivo detenido en medio de la calzada como un juguete sin pilas. Una mujer sentada en el escalón y otra parada en la calle se disputan un tesoro invisible. Con la cara desfigurada por el llanto, la primera se aferra al estribo. La segunda en cambio tironea desde la calle, furiosa y con los talones clavados en el asfalto. La presa es un bolso de cuero, pequeño y negro, insignificante.
Borroneando un poco el lápiz corro hacia ellas y, más por reflejo que por reflexión, intento separarlas. Mis hermanos se disponen a ayudarme, pero los distrae una visión onírica: como bajo el efecto de algún tipo de hipnosis, el chofer y los pasajeros del colectivo no parecen percibir nada de lo que pasa. Completamente ajenos a la escena, algunos miran fijamente hacia adelante, otros observan la noche distraídamente a través de las ventanillas. Alguna poderosa droga atrofia sus hipófisis, inmunizándolos de ese irresistible llamado que es el grito de una mujer.
Pero el artista no esta conforme aún, la escena no le parece lo bastante bizarra, y dispone otra picelada. Un amasijo de abollones de color blanco sucio, que oculta los restos de lo que alguna vez fué un auto, dobla la esquina en reversa. Se mueve hacia nosotros haciendo eses a contramano. Baja un hombre de rasgos indefinidos y, mientras grita ¡policía, todos a la comisaría! aferra el brazo de una de las mujeres y, por estar encadenada al bolso, arrastra también a la otra.
El globo con la palabra policía arruina mi visión de la página, y siento la necesidad estética de interponerme en su camino. Y el hombre comete un error: ¡vos también! dice, mientras me agarra del brazo. Pero se escucha ¡vos tamglup! porque a mitad de la palabra los incisivos se le enriedan con mis dedos. Las dos mujeres, que gritan y lloran sin soltar el bolso, aprovechan la embestida para librarse de su captor. El hombre duda un poco, y luego dice con gesto elocuente ma sí, vayansé a cagar.... Se interna en el amasijo de abollones y se pierde en la oscuridad desenredando las eses que lo trajeron.
En la confusión de la escena, una de las mujeres logra hacerse del bolso y sube al colectivo. El director presiona el botón de play y todo se pone en movimiento. El chofer parece volver a la vida, y sin desviar la vista del frente donde la tuvo todo el tiempo, arranca llevándose a la mujer junto con los distraídos pasajeros. La otra, que quedó en la calle, insulta como un herrero. Se sacude el polvo del forcejeo y se va caminando tambaleante por el medio del pavimento. Jura en voz alta voy a la comisaría, ahora van a ver, que se creen.... Se aleja y se disuelve en bruma de la esquina.
Busco con la mirada a mis hermanos quienes se han dado por vencidos hace rato y, parados en el cordón de la vereda, miran boquiabiertos sin pretender entender nada. Es pleno julio y la tardía conciencia del frío me hace descubrir estoy en cueros. Camino hacia mi casa mientras un vecino murmura desde la rendija de su persiana ¡pst! ¿que hacés así mediodesnudo en la calle? ¿pasa algo?. Vuelvo a mi cama y con resignación me duermo, desorientado...
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A la mañana siguiente, más despierto pero no menos confundido, encuentro en la cocina a mis hermanos desayunando. Comemos callados y nos miramos discretamente. Hasta que el menor no puede más y pregunta:
¿Fué verdad o lo soñé?...
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Muy bueno. Tuve una época en mi vida donde lo inverosímil pasaba todos los días, me hizo acordar a eso. Pero a mí la intriga que me dejó esta pintura fue otra: ¿qué cuernos habría en el bolso?
ResponderBorrarEn 62/modelo para armar de Cortázar también hay un extraño paquete celosamente custodiado por mujeres que esconde vayan a saber qué.
ResponderBorrarPero este relato se parece más a una peli de Fellini
Saludos
Le subo la apuesta, viejo: usted tiene adentro a un personaje de Fellini que grita que quiere salir.
ResponderBorrarLa secuencia, con un par de cambios menores, no estaria fuera de lugar en Viaggio a Tulum.
Esto sucedió hace más de diez años, pero periódicamente resurge en alguna sobremesa familiar de domingo.
ResponderBorrar¿Qué habría en el bolso? ¿quién era el del auto? ¿qué les pasaba al chofer y a los pasajeros? ¿por qué sólo nosotros escuchamos ese grito? Preguntas, miles de ellas. O mejor dicho una sola ¿fue verdad o lo soñamos?...
Yo sueño que tengo un aparato fantástico, no demasiado grande en realidad, parecido a una máquina de escribir, que me permite conectarme con lo que otros escriben, y escribir yo mismo cosas que virtualmente cualquier persona en el mundo - que cuente con los medios, este sueño no deja de lado el poder de la economía - puede leer.
ResponderBorrarEn esta realidad extraña conozco a personas que en realidad no conozco y leo los sueños de personas que jamás he visto, pero que deciden escribirlos para que otros los lean. La verdad es que la mayoría de las cosas que leo no me entusiasma demasiado (¿y esto es lo que teníamos que decir?, ¿y esta es toda la triste libertad que nos permitimos?), pero hay un tal Severian que escribe cosas interesantes.
Ridículo, ya sé. No me crean.
Jack: muy bueno el comment ¿como era eso de que el espectador es parte de la obra?
ResponderBorrarPeste y dolmancé: ¿estaría filmando Fellini alguna obra final? ¿será que fuimos extras de quienes, para aumentar el realismo, se escondieron las cámaras? Imaginese si dentro de 50 años se descubren unos rollos con la última producción inconclusa del gran director, y mi hijo ve a su padre y sus tíos realizando una performance en la pantalla grande...
Fellini murió en el 93, pero quién te dice. No me extrañaría. Además la ciudad de las diagonales es un buen escenario para una de sus películas.
ResponderBorrarLlegado el caso, habrá que pelear por el cachet.
A mí lo del grito de mujer en medio de la noche, el hombre que baja a la calle y se encuentra con ella y luego con la policía, la pelea con el policía, el no saber si fue un sueño o no, me hizo acordar a este cuento.
ResponderBorrarLa diferencia más clarita es que un protagonista clama a gritos por la intervención de la fuerza pública y el otro me parece que la odia un poquito (bastante) y la prefiere lo más lejos posible.
Nacho:
ResponderBorrarMuy lindo el cuento, y muy interesante el sitio, por cierto.
Efectivamente hay algunos paralelos, aunque el mayor contraste es, como decís, la actitud ante el brazo armado del estado (aclaro que lo mio no es odio sino precaución ilustrada).
Dolmancé:
Lo que relato bien puede haber sucedido en ese año. O tal vez el fantasma de Fellini seguía filmando, alguna película que se estrenó luego en el Roxy de la canción de Serrat.
Todo lo que existe es real, todo lo real existe...
ResponderBorrar¿Y qué hay de la blogósfera? ¿Y de sus personajes?
No sé quienes son Uds. pero esto me gusta.
Por mi parte nunca había escrito tanto en mi vida como desde que "existe" "mi" blog. Es más, creo que desde hace un tiempo leo más que de costumbre. Incluso recuerdo más mis sueños que antes. Y, no se lo digan a nadie, hablo menos con la gente “real”.
Bueno, en los sueños uno es actor, director, productor y eventualmente maquillador. Además de espectador claro.
ResponderBorrarEste post me despertó una reflexión que se convirtió en post con link. Y a su vez mi post se convirtió en otro post con link en otro blog! Tenemos que seguir la cadena porque un indonesio la rompió y terminó haciéndose una cirugía para parecerse a Lilita Carrió.
Verdugo:
ResponderBorrar¿Saber quien es alguien se logra conociéndolo personalmente? quiero decir ¿sabemos quienes son las personas a las que vemos? ¿mas que aquellos a los que sólo leemos? Yo encuentro en este medio la ventaja de poder saber qué y cómo piensa mi interlocutor sin dejarme engañar por los gestos o el tono de voz, sin que lo que diga esté matizado por su aspecto físico o su vestimenta. (Podríamos mentir diciendo que jamás le daríamos importancia a esas cosas, pero no sería cierto, siempre juegan algún papel nos guste o no). Es decir los conozco por sus ideas antes que por cualquier otra cosa. Y también funciona al revés: me conocen por lo que pienso antes que por cualquier otra cuestion (supongo que para algunos seré un cientificista recalcitrante, pero prefiero eso antes de ser un petizo medio pelado). A mi también me gusta, y me hace preguntarme cuanto conozco a las personas "reales" a quienes nunca leí...
Jack:
Si cuando me habla de los sueños usa una metáfora que mezcla Carrió y quirófanos, me va a provocar pesadillas....
El relato fue maravilloso.
ResponderBorrarEl mecanismo por el cual Ud. relaciona el grito y el reflejo de ir al auxilio con la antigua sabana africana me despierta mucha curiosidad!
y volviendo al relato, todo es tan real porque es tan increíble...
Ulschmidt:
ResponderBorrarAunque nos guste creer que somos los amos de nuestras acciones, lo cierto es que muchas de nuestras aparentes "opciones" son simplemente repeticiones innatas de aquellas actitudes que garantizaron a nuestros antepasados la propagación de sus genes.
Por eso supongo que el reflejo de ayudar a otro es tan viejo como el comportamiento gregario de la humanidad. Los osos y los pejerreyes no ayudan a sus semejantes. Los lobos y los hombres sí lo hacen.
Mas concretamente, el impulso del macho de ayudar a una hembra en peligro suena evolutivamente muy favorable: apuesta a la propagación de sus propios genes. Sea porque la hembra puede llevarlos (la cosanguineidad es grande en los grupos pequeños, cualquiera puede ser nuestro medio hermano), porque puede gestarlos (la promiscuidad también es grande, cualquier embarazada puede estar gestando nuestro propio hijo) o bien porque puede eventualmente aceptarlos (digamos, si el agradecimiento por la ayuda es lo bastante grande...)
Antes que pregunte, aclaro que esa noche no se dió este último caso, las normas sociales apantallan nuestros intintos (y nos llevan lentamente hacia la extinción...)
"las normas sociales apantallan nuestros intintos (y nos llevan lentamente hacia la extinción...)"
ResponderBorrarPero no por falta de descendencia...
Yo coincido con Severian con respecto a este medio. Pasé años viendo todos los días a mucha gente que ya ni veo ni extraño ver.
¿Qué factores deciden con qué personas compartimos mucho tiempo viéndonos las caras? Vivir cerca, tener edades parecidas (y por ende ir al mismo colegio, curso, etc.), dedicarse a lo mismo (universidad, laburo)...
En cambio a otra la conocí por medios parecidos a éste, por sus ideas, por lo que escribían, y la cosa es bastante distinta. Claro, hay que saber elegir, pero al menos acá es más fácil, en otros lugares no se puede...
¿Y a quiénes terminamos conociendo más? ¿A esos con los que hablamos todos los días de la presentación que hay que tener lista para el jueves y de la liquidación del IVA del mes pasado o a aquellos que podemos leer pensando sobre sí mismos o el mundo, y encima tomarnos un rato para contestarles y charlar del tema sin casi límite de tiempo?
PD: Me gustó lo de la precaución ilustrada.